UNA
BUENA JORNADA
:00
p.m., hora de levantarse, el despertador ya no suena como antes, ahora solo
lanza un lamento metálico que termina en un gorgoteo, un aullido gutural que se
repite, una y otra, y otra vez, es el sonido más desesperante que existe, un
ataque psicológico al descanso y al mal dormir; lanza sus decibeles
inmateriales desde el lado opuesto de la habitación, detrás del estante de
libros que utilizo como muralla, la cual evita lance algo y de muerte al
fastidioso aparato a quien le encomiendo el trabajo de volverme a la conciencia
y a las responsabilidades de alguien a quien le importan demasiado los demás,
sin que lo sepan o se lo imaginen, sin siquiera hablar con ellos…
Después
de recordar la infancia y como en ella maldecir unos instantes por la repentina
exhumación, tengo que correr para de un solo golpe desnucar al despertador que
tomo la apariencia de un pequeño Hulk desde que cumplí la edad de diez años, diariamente
rompo su cuello para que deje de hacer ese sonido que me agobia, pero gracias a
su maquinaria después de un rato regresa a su verde realidad, y yo a las
exequias del que ayer fui y no volverá jamás, no hay más que un momento, “el
presente”, un momento continuo que comienza con la luz que fulmina la inconsciencia
y termina cuando las tinieblas nos nublan para siempre; el pasado son solo
recuerdos y el futuro imaginación, dos cosas abstractas, pero el presente siempre
está, es materia y acción unida, es este el que me transforma y al cual
transformo, y ambos lo hacemos según nuestro placer, en ocasiones es mi juguete
y en otros no soy más que su títere…
En
una ocasión a las 5:00 a.m., éste presente me rompió un brazo y la quijada porque
a un conductor ebrio se le ocurrió dormirse mientras yo cruzaba la calle,
justamente cuando trabajaba, solo recuerdo ver uno de mis dientes insertado en
el asfalto, una gran mancha sanguinolenta que confundía mi cara con la banqueta,
y a pesar de todo haber regresado a casa sin desmayarme; en otra ocasión tome
la decisión de romper mi pierna por que no deseaba ir a trabajar, para lo cual
subí a la azotea y sintiendo la libertad de estar cinco metros por encima de
los demás, doble mi pie derecho hacia atrás lo más posible, lo amarre al muslo fuertemente
con un cinturón y salte para caer solo con la pierna izquierda que es la más
débil, volé por un segundo, después solo escuché un chasquido, mi peroné
desgarro la piel que lo mantenía pudorosamente dentro y salió a la superficie,
como quien busca desesperadamente tomar aire después de hundirse en el mar,
solo que esta vez exhalaba sangre y no agua…
Estuve
cinco meses sin salir de casa, en una ocasión mi madre fue a verme, la recibí
sin hablar y ella tampoco dijo nada; no tardó en darse cuenta de que no
encontraba la diferencia entre mi casa sola o mi casa con su presencia, así que
decidió irse, pues en realidad lo único que cambiaba era la conformación de los
átomos y moléculas que ocupaban un espacio en el interior, las moléculas de
aire fueron desplazadas por las de la carne; como siempre mi indolencia la
alejo…
Todo
esto viene a mi mente mientras lavo mi rostro, me miro demacrado y con dos
grandes ojeras de ceniza reflejadas en el espejo, odio esa imagen, y por eso a
veces tengo que asesinar a ese maldito objeto reflector, sin embargo, todos son
iguales, me odian, pero ya lo tomo con filosofía, pues se que lo hacen sin
querer, es inherente a su naturaleza y no lo pueden cambiar; como yo tampoco
puedo cambiar la mía; así que esta vez lo dejo vivir y me alejo de él con desdén…
7:00
p.m., meto las sobras de la comida de ayer al microondas y espero unos minutos,
observo el interior del horno y reconozco que el calor es invisible; como por
arte de magia los pedazos de carne y los guisantes saltan, cambian de forma y
de color; creo que todos estamos en un especie de horno, pero el calor no es la
única fuerza invisible que nos hace cambiar, también está el tiempo, el que todo
lo modifica, el único que nos acerca a nuestro final de una forma contundente…
Después
de comer lentamente, tratando de separar la fusión de guisantes y carne creada
por el microondas, me dispongo a preparar mis herramientas; cada una de ellas
es importante para mi labor y nada puede faltar, me veo reflejado, casi violentamente,
en el filo de las cuchillas y siento un pequeño gozo interno, noto que el cable
que utilizo forma una enorme sonrisa encima de la cama, el mazo se yergue como
un puño cerrado y dos cansados guantes de piel negros como coagulados, se
encuentran punzantes y ávidos de transformarse en cuanto cubran mis manos…
Casi
son las 8:00 p.m. comienza a oscurecer y la gente asustada huye a sus casas, en
todos se ve un gesto de temor y preocupación, le temen a las sombras, cada vez
es más difícil este trabajo, creo que seria mejor la labor en el día sin
embargo temo que me obliguen a dejarlo; solo por que despojo de su sufrimiento
a las personas, por que doy descanso a esos ojos cansados de la vida, ya nunca
habrá más miradas tristes, solo yo soportare esta vida, estoy dispuesto a hacer
este sacrificio para que los demás no sufran…
Mi
trabajo es cansado y muy estresante, los golpes, los gritos, las miradas, el
sudor, las lágrimas, la sangre, el último gorgoteo de vida que se forma en sus
gargantas; es por esto que algunas veces hacia todo para evitar hacerlo, esa es
la razón de las quemaduras en mis brazos y la falta de algunos de mis dedos,
pero el remordimiento de no cumplir con mi labor era mayor; yo les doy la
libertad, la inconsciencia, y ellos pagan con sus despojos materiales mis
servicios, es duro pero lo tengo que hacer, algún día todo terminara, los
últimos ojos tristes serán los míos…
9:00
p.m. ya es hora, apago la luz y cierro la puerta, me recibe la oscuridad de la
calle y su aliento fresco, la luna es la única que contempla ávidamente mis
intensiones, pero permanece a la expectativa y enmudece, es un ciclope, un
enorme ojo amarillo…
Una
silueta se refleja en la acera y me vuelve a mi oscura realidad, el vapor de su
respiración se eleva entre la lobreguez de la noche como un monologo inquieto, las
manos nerviosas humedecen su saco y la boca entumecida trata de sonreírle a la
nada, sin embargo su mirada está vacía, como la de todos…
Una
segunda sombra se hace presente, con la misma inquietud y la misma mirada
perdida, su respiración se une con la de su acompañante en una orgia de vapor
nocturno, se pierden en una hipocresía de palabras y de muecas, de roces y
deseo, abstrayéndose de todo, sin saber que estoy ahí…
10:00
p.m., la luna se oculta en la bruma; un golpe certero del mazo provoca una
rápida convulsión, y el veloz movimiento de la navaja abre paso a la yugular,
otra vez el mismo gorgoteo, el de siempre, el que anuncia el final; él me ve
con sus ojos fríos e impotentes, mientras que con el cable doy fin a los
movimientos inútiles de la que se convulsiona; sus ojos se apagan, recojo mi
paga de los cuerpos sin vida, solo queda el silencio y el frio; miro el reloj, solo
son las 10:09 p.m., tal parece que será una buena jornada laboral…
Salvador
Rivera